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Writer's pictureAngie Khoury

Sospechas sobre la espontaneidad

Solía pensar que el arte era una manifestación espontánea, que un reducido número de personas lograban hacer por pura inercia y quizá un poco de suerte, exclusiva y codiciada. Pero a medida que investigo, observo y aprendo, me doy cuenta de lo que sucede en realidad. Entiendo que un pensamiento (probablemente condicionado por el contexto) engendra una idea; esta da a luz a un discurso con un sinnúmero de códigos y símbolos que en conjunto transmiten un mensaje.



Comprendo que las artes (finas, aplicadas o liberales), fuera de ser producciones abstractas o conceptuales, son precisas, intencionales, vitales, e involucran un proceso que comienza mucho antes de tomar la aguja, el pincel, o el papel.

 

Uno de los pensamientos que vengo remendando es que el arte no se produce necesariamente desde el dolor o del caos. Estas son miradas informadas por los medios, llenas de estereotipos, y en ocasiones avaladas por el mismo sistema y comunidad artística. Es cierto que el arte y las emociones están estrechamente entrelazadas, y como creadores o admiradores, es imposible no percibirlo. Una obra pertenece también a cada persona que, al contemplarla, reconoce en sus profundidades algo de esperanza, algo de compañía o algo de verdad.

 

El arte nos invita a investigar y reflexionar más que a asignar adjetivos fugaces.

Íntimo y personal, a la vez es universal y colectivo, nos ofrece un medio para cuestionar, expresar, defender o protestar, distintos aspectos de la condición humana. A veces nos contesta preguntas que no conocíamos; nos permite reconocer y habitar en nuestra esencia más sincera.

 

La acción de hacer arte es adrede.

 

No se puede predecir un resultado a la perfección, ni la pieza final será exactamente como la vemos en nuestra mente; pero crear implica una acción. Nunca bordaré ese mantel si nunca tomo la aguja y el hilo. Es en esa decisión, de hacer o no, donde todo comienza a cambiar: en el proceso de crear, se da una transformación y una exploración; se fomenta un descubrimiento que muchos están buscando en lugares totalmente opuestos al arte.

 

Estudios demuestran que hacer o admirar arte impacta de manera positiva nuestra salud mental y bienestar general. Sin importar qué resulta cuando creamos o qué tanto entendemos o no una obra en particular. Los efectos son tales, de hecho, que una nueva área de atención a la salud mental ha nacido: la arteterapia se enfoca en usar distintas expresiones artísticas en el contexto terapéutico, logrando contribuir a la identificación y gestión de las emociones, así como en procesos de traumas o duelos, y en la construcción de autoconocimiento y resiliencia.

 

Es decir que todas las veces que tomé un cuaderno y pinté con pasteles, sin conocer la técnica ni tener una idea clara de lo que quería hacer, hubo un cambio en mi cerebro y corazón. Significa que mi obra favorita en la Bienal Nacional de Artes Visuales del 2011 (una pintura abstracta con colores brillantes) estará por siempre entretejida en mi memoria, aunque no pueda recordar su título ni el nombre de quién la creó.

 


¿Qué buscamos lograr cuando hacemos arte? Precisamente, conectar y desconectarnos. Por un lado, hay una necesidadque nos mueve a crear, ya sea emocional, intelectual, existencial o social. Las personas ahora están creando motivadas por el prospecto de un posible negocio, una habilidad u oficio que les permita generar nuevas fuentes de ingreso o incluso alcanzar la ideada independencia económica. Y aunque estos son sueños nobles y válidos, a veces me parece que con el arte también caemos en la trampa de lo inmediato y lo masivo, o le buscamos la quinta pata al gato, y nuestro afán por ser radicales se interpone con nuestra necesidad de ser humanos.

 

El arte que hacemos o admiramos no siempre tiene una explicación, pero creo que tiene una intención, que se siente y se percibe por más sutil que sea, como los latidos de un corazón. También puede ser que creamos por el simple hecho de crear, y en este sentido la acción es el fin en vez del medio. Si bien la espontaneidad es una buena y necesaria herramienta, me pregunto si estuvo involucrada en los autorretratos de Frida Khalo, o las imponentes mujeres de Jorge Severino, en los paisajes campestres de Guillo Pérez o los fervientes poemas de Salomé Ureña.

 

Si entendemos la espontaneidad como un impulso natural e involuntario, es probable que juegue un papel fundamental en aquellas creaciones que nos surgen desde adentro, aparentemente sin sentido ni razón; juega un papel en lo que hacemos cuando exploramos algo, cuando nos dejamos llevar por un interés genuino y una curiosidad que no se puede ignorar. De repente, el pincel aterriza en el lugar preciso, y sin saberlo, producimos una obra que más allá de ser la próxima gran pieza de esta generación, es algo que amamos, que nos refleja, que nos preserva.

 

Es de mi preferencia poner atención en la intuición, la voz interna, que nos conecta con lo más vital de nuestro ser y nos permite actuar con autenticidad. Creamos desde lo que tenemos dentro, no solo desde nuestros sentimientos sino también de las experiencias, vínculos y memorias, que a su vez determinarán la manera en que interpretamos lo que nos rodea, cómo existimos y navegamos en este mundo. Podría argumentar que mientras más lo pienso, menos protagonismo tienen la espontaneidad o la coincidencia en el ejercicio de crear, y en el ejercicio de vivir. Mientras más responsabilidad le dejamos al destino y a los astros, menos autonomía ejercemos sobre quienes somos.

 

En estos caminos se da un proceso de cambio profundo, a nivel celular y neurológico, a nivel emocional y espiritual, que en ocasiones implica precisamente negar los pensamientos y comportamientos que son más naturales para nosotros. Como mínimo, nos hacemos conscientes de estos, y asumimos la tarea de decidir si usarlos o no a nuestro favor.

 

Estoy segura de que talento y suerte en algún punto se conjugan, pero son la disciplina, el compromiso y la pasión, algunas virtudes presentes en la trayectoria de los y las artistas que admiro y respeto. Crear implica perseverar, a pesar de adversidades, críticas, incertidumbre; implica también un ejercicio de conocerse y determinar qué te mueve, qué vas a decir y cómo. Decir que el arte es exclusivamente espontáneo sería insultar a cada persona que ha dedicado días o años o décadas a perfeccionar una práctica, a entrenar su ojo, a definir su postura, a encontrar las palabras precisas para expresar lo que solo ellas podían decir.

 

Aunque tengo ya casi una década invitando la creatividad a mi vida diaria, asumiéndola como parte de mis oficios y rutinas, no fue sino hasta el último año que empecé a decidir, con intención y precisión, sobre lo que produzco. Ahora tengo un ‘qué’ y un ‘cómo’, no solo un ‘por qué’.

 

Si fue coincidencia que alguna vez busqué aquel costurero en el closet de mi mamá, no queda rastro de ella en lo que hoy bordo. Si de manera espontánea elegí lienzo e hilo, lo que en aquel momento se sintió como curiosidad, hoy se siente como la opción más cercana a mí, donde nace mi inspiración, donde regreso constantemente, porque lo necesito, pero también porque quiero y lo decido. Porque me importa, y me reúso a negarme la oportunidad de hacer y ser. Sin saberlo empecé este camino, pero con mucha certeza y determinación decido continuarlo.

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