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Writer's pictureAngie Khoury

EL ARTE DE VIVIR DESPACIO

Updated: May 8, 2020



La vida siempre tiene un ritmo que va al compás de la cotidianidad. Es un ritmo inconsistente, que cambia con las temporadas, pero que puede fácilmente convertirse en nuestro peor enemigo; un monstruo de nuestra propia creación.

El monstruo me atrapó una temporada y me obligó a vivir rápido. Todo era rápido. Y por consiguiente, todo era a medias, superficial, frío.

Cuando hablaba con las personas no hacía más que oír sonidos vacíos. En mi mente habían mil preocupaciones y miedos a nada, sin sentido. Todo me parecía aburrido y no prestaba bien atención por estar pendiente de los pendientes.

Ni siquiera las cosas que me apasionaban parecían ser placenteras. Dejé de escribir y de leer, porque ni el tiempo ni la energía me alcanzaban para tales lujos. Perdí la noción de lo que es conectar, escuchar, estar presente; de hacer algo y disfrutarlo. El tiempo se convirtió en mi peor pesadilla, y me robaba hasta la última gota de alegría.

Viví así hasta que descubrí que tenía otra opción. Entendí que vale la pena bajarle a las revoluciones, buscar un balance y prestar atención. Empecé a meditar sobre cómo quería vivir, sobre mis prioridades y mis sueños, y poco a poco fui aflojando. Me despojé de mis propias expectativas sobrenaturales, propulsadas por la comparación. Me despojé del miedo al tiempo, y en su lugar aprendí a balancearlo mejor. Me despojé incluso de pertenencias materiales, creando un espacio en mi alrededor y en mi interior que no sabía que necesitaba. Un espacio libre y realista, que me invitó a crear y experimentar más.


Entonces, empecé a vivir mejor. Me propuse cultivar mejores relaciones, apreciar los detalles, y estar presente en cada momento. Me propuse crear más, sin presiones ni expectativas, meramente por el proceso. Me propuse ser realista y responsable, para no ahogarme en deberes y ansiedad.

. . .

Hay algo que te hace sentir empoderada cuando estás ocupada. En cierto modo, reafirma tu valor y tu intelecto. Y a pesar de que un poco de presión a veces nos sirve como motor, todo en exceso hace daño. Cuando nos acostumbramos a vivir así, entre remolinos de pensamientos, compromisos innecesarios, presiones y preocupaciones, poco a poco dejamos de vivir. Quizás, en medio de la rapidez, no experimentamos lo malo, pero tampoco saboreamos lo bueno.


Sí, es difícil ir despacio, simplemente porque estos días todo es rápido. Cada vez hay más exigencias, más demandas; y entre hustle y hustle, bueno, te olvidas de ti. Como mujeres, asumimos muchos roles, y eso es hermoso. Nuestra femineidad está caracterizada por una versatilidad que siempre ha sido parte de nosotras. Sin embargo, existe una línea muy fina entre lo que nos hace ser productivas y lo que es prácticamente autodestrucción.

Vivir despacio es un arte. Conlleva práctica, pero más que nada es escuchar a tu cuerpo, a tu corazón y a tu espíritu. Es saber cuándo dar el plus y cuándo descansar. Es tener compasión contigo misma y las personas a tu alrededor. Algo mágico cambia cuando nos detenemos a escuchar; cuando sentimos un abrazo; cuando saboreamos una taza de café; cuando apartamos un tiempo para hacer lo que nos gusta; cuando nos dejamos tocar por la brisa y el sol.

Por esos momentos, aunque parezcan insignificantes, vale la pena ir despacio. Esos momentos son, en esencia, lo que nos hace vivir.

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