Estos días hay algo en el ambiente; hay una urgencia que todos sienten y pocos intentan combatir. Una voz que pide a gritos: “más”.
Un hambre imposible de saciar.
Mientras todo a nuestro alrededor compite por nuestra atención, el mundo, con sus circunstancias y sucesos fuera del control de los mortales, parece estar pidiendo una tregua. Injusticias, discriminación y desastres naturales nos azotan a diario, pero nada ni nadie detiene el frenesí, que se alimenta de una profunda sensación de inconformidad y escasez.
Minimalismo es mucho más que tener menos. Es una rebelión en contra de la frivolidad, la ansiedad y el consumismo. Es, me atrevo a decir, una mentalidad más aun que un estilo de vida.
Se trata de simplificar. De voltear la mirada y fijar nuestra atención en lo que verdaderamente importa. Se trata de bajar la velocidad, algo que, en lo personal, me he comprometido a intentar. Y estoy convencida de que ahora más que nunca nos hace falta aprender a vivir. A vivir de verdad, sin importar lo que digan o a cuántos les guste en las incontables redes sociales que nos atosigan; a vivir bien, cultivando buenas y auténticas relaciones; a vivir por las experiencias y no por las cosas que se amontonan por doquier.
Ahora, más que nunca, hay que decirle que si a las oportunidades que nos retan a dejar los miedos del otro lado de la puerta. Hay que decirle que si a una nueva mentalidad, que nos ayude a afinar las prioridades y a disfrutar cada momento sin que un millón de pensamientos compitan en su contra.
Cuando se habla de minimalismo, por lo general pensamos en un estilo de vida. Este propone que nos despojemos de aquellos artículos que no nos traigan alegría, y nos limitemos a vivir estrictamente con lo que necesitamos. Para algunos, una filosofía con el potencial de cambiar vidas; para otros, una práctica extrema e innecesaria.
La curiosidad me inspiró a intentarlo en una temporada en que ‘dejar ir’ era más una necesidad que una tendencia. Después de despojarme de un sinnúmero de artículos, objetos, prendas de vestir y hasta dispositivos electrónicos, la sensación de libertad me sedujo a intentarlo de nuevo. Esta vez me atreví a llevarlo a otro nivel. En el proceso, entendí que vale la pena limpiar, refrescar y reorganizar nuestra mente, tal como haríamos con un closet u oficina. Aprendí a proteger mi mente de pensamientos innecesarios que ocupan mucho espacio y tiempo, pero al final, no sirven para nada.
Solo tuve que animarme a probar algo diferente, y mi vida cambió. Me atreví y recibí frescura, espacio, tiempo. Me atreví y dejé ir. Dejé de combatir batallas que años atrás, siempre me derrotaban. Dejé de caerle atrás a tendencias y expectativas. Dejé de ir en contra de lo que realmente valoro: más que las cosas que puedo poseer, las personas a mi alrededor, las experiencias nuevas y los lugares que tengo la dicha de conocer.
Minimalismo es soltar, es cambiar de perspectiva, es entender que hay cosas que simplemente no necesitamos.
Te invito a intentarlo.
Es momento de soltar y dejar ir; el qué lo decides tú.
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