Esta ha sido una temporada de retos y cambios; de enfrentar realidades tan complejas como nuestra mortalidad, y tan prácticas como el control que tenemos sobre nuestras vidas. La incertidumbre es una de las experiencias más desagradables de la condición humana…
Pero, hemos podido crecer, aun en medio del caos. En muchas ocasiones me agobió un extraño sentimiento, como una parálisis que me impidió disfrutar mis días y me alejó de la paz, libertad y alegría que en el fondo anhelo más que cualquier posesión o reconocimiento.
“Y ahora, ¿qué va a suceder?”
Las palabras se me pierden, baja mi ánimo, cambia mi humor, y no encuentro energía, concentración o motivación para hacer mucho más que ver una serie en Netflix. Sin embargo, Dios lo cambia todo: del caos hace orden, y alimentar nuestra fe en El es el mejor antídoto contra la duda y la preocupación.
Mientras escribo esto, voy ganando la batalla, al fin. Han sido unas semanas de poco crear, pero mucho sentir, reflexionar, crecer y sanar. En momentos como este entiendo que mantener nuestra esperanza y enfocarnos en lo positivo y hermoso de nuestros días son en realidad acciones revolucionarias, que tienen el poder de calmar toda duda, alejar toda ansiedad y renovar nuestras fuerzas.
Y entre todas las lecciones que me ha dado esta temporada, reducir la velocidad es una de las más relevantes. Nuevamente debo recordarme que vivir pensando en lo que sucederá en dos minutos, una hora o esta noche, le quita toda la alegría y el poder a lo que esta pasando ahora. Me encontré pegada a una pantalla por horas, o tratando de hacer las cosas más rápido, desde los pequeños quehaceres cotidianos hasta responsabilidades del trabajo, y no pude evitar cuestionarme, ¿por qué la prisa? ¿Qué ha hecho que, como comunidad, como generación, valoremos tanto lo inmediato? ¿Hacia donde vamos tan rápido?
Quizá suene extraño, pero ha sido una buena pregunta para reflexionar sobre el legado que algún día permanecerá cuando yo ya no esté. He llegado a la conclusión de que no quiero vivir así, porque hay un lado eterno de nuestro tiempo por el que vale la pena velar.
Ahora más que nunca en la historia, nuestra mente es un campo de batalla, y nuestra atención la moneda universal de mayor valor. Pero, aquello en lo que invertimos nuestro tiempo y energía es el mejor reflejo de lo que valoramos, y lo que valoramos será el testamento más acertado de quienes somos en realidad y lo que habita en nuestro corazón.
A diario pasamos por alto miles de posibilidades y oportunidades cuando optamos por no escuchar, no observar y no prestar atención. Pienso que existen muchas razones, pero lo resumo a estas dos: 1) como generación, recibimos presión por alcanzar las metas, obtener los resultados, prosperar, comprar, viajar, y por supuesto, compartirlo y anunciarlo todo. Hay un sentido de inmediatez que se ha apropiado de todo lo que hacemos, lo que queremos y, si lo permitimos, lo que somos. 2) Como individuos, las situaciones y retos que enfrentamos a veces son demasiado pesados, y la opción fácil es escapar, si no físicamente, al menos con nuestras mentes; encendemos el automático, y más que vivir y disfrutarlo, nos conformamos con sobrevivir.
Se que es una batalla difícil pero no imposible de ganar…
Creo que podemos comenzar cambiando un poco nuestro diálogo interno, reemplazando el qué pasará por qué puedo hacer, cómo puedo ayudar, qué puedo aprender, hacia dónde apuntan mis emociones. Podemos comprometernos con escuchar, prestar atención y enfocarnos con todos los sentidos en cada tarea, responsabilidad o acción que desempeñemos.
Podemos combatir la incertidumbre con hechos tangibles y disponibles ahora. Podemos combatirla aceptando que, en realidad, no tenemos el control sobre todo lo que sucede en el mundo o a nuestro alrededor, pero si sobre lo que hacemos al respecto y como reaccionamos desde nuestra realidad y cotidianidad.
En medio del caos, Dios nos promete orden y paz. En medio de tragedias, nos colma de gozo. En medio de incertidumbre, nos asegura que si bien no sabemos qué pueda suceder, Su plan es mayor y mejor de lo que podemos imaginar. Seremos perseguidos, tentados, heridos, rechazados, juzgados y traicionados, pero su amor y fidelidad serán suficientes para quienes creen.
Dios es fiel. La vida es incierta, irónica e imperfecta, pero Dios es fiel.
Aunque todo ha cambiado a nuestro alrededor, El no cambiará jamás.
Busca esperanza (aunque asumas que está escaza), y como las oportunidades calvas, agárrala de los cabellos, llévatela al pecho y resguárdala. Nada ni nadie tiene poder para arrebatártela. Las emociones, siéntelas y observa qué te están diciendo. Aprende de ellas, después déjalas ir.
De ahora en adelante, atesoremos nuestro tiempo y nuestra atención. Consideremos estos como nuestros activos de mayor valor, y detengámonos a pensar por tan solo un momento, en qué y en quién los vamos a invertir. Inviértelo en ti y tu relación con Dios, inviértelo en quienes te aman, inviértelo en tus sueños, planes y talentos. Inviértelo en buenas y honestas conversaciones; inviértelo en tu salud física, mental y emocional.
La incertidumbre es inevitable y el cambio es seguro, pero si algo me consta es que cuando disminuimos la velocidad, cuando optamos por lo real, cuando aceptamos y decidimos aprender, en vez de evadir y escapar, algo cambia. No se trata de alimentar la incertidumbre y la duda, sino de combatirla con quietud, enfrentar ese sentir, sabiendo que es difícil, doloroso, frustrante, pero tengo este instante, ¿que voy a hacer con el?
Hay que combatir las preguntas del mañana con la verdad de hoy: tengo paz, estoy a salvo, Dios es fiel.
¿De qué estoy segura?
1) El dolor y el gozo pueden convivir.
2) Aunque hoy no lo crea, esta situación pasará, y saldré victoriosa.
3) No desperdiciaré la oportunidad de servir a alguien a quien amo. No tomaré por sentado el café que disfruto con mis padres, ni la mirada de mi perrita en las mañanas, ni los chistes de mi jefe, ni la risa de mis primas.
La promesa ya está: no tenemos por qué cargar con le peso de la incertidumbre, ni la duda, podemos vivir en libertad, gozo y paz, sin importar la circunstancia.
“No se inquieten por nada; mas bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. -- Filipenses 4:6-7
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