Me he preguntado tantas veces si serán estas batallas generacionales, o si es que como especie siempre nos ha tocado librarlas. Pauso, lo pienso y rebobino.
Cuando reflexiono sobre los estilos de vida y las prácticas cotidianas de antaño, me convenzo de que esta generación, es de hecho la víctima. La sociedad, desde su industrialización y posterior capitalización, nos ha dejado claro que nuestro valor se reduce a lo que tenemos, lo que logramos, y más recientemente, lo que compartimos o aparentamos. Existe esta prisa inminente, un sentido de urgencia y un hambre de gratificación instantánea, que muchas veces me parece agobiante.
Mi nombre es Angie y admito que me da miedo perder el tiempo. Admito que diariamente combato mi propia prisa y la desconexión que nace de ella. A veces me impide escuchar con atención, o concentrarme, o dedicar tiempo de calidad a hacer algo que amo y beneficia mi bienestar. Combato la urgencia que parece infinita, aunque no tenga ningún lugar a donde ir más importante que donde estoy justo ahora. Batallo con la sensación de que lo que hago y lo que soy no es suficiente porque no es extraordinario.
Aunque tengo años observando y haciendo conciencia de que, como cultura y sociedad, nuestros valores y estilos de vida han cambiado, y aunque he decidido hacer un esfuerzo por vivir despacio y de manera intencional, hay días en que me arropa el peso de una derrota inminente y burlona.
Pero el sol vuelve a brotar del horizonte, y así como David se enfrentó a Goliat, me armo con mi tirapiedras mental y espiritual, y me preparo para nuevamente enfrentarme a este gigante.
Quizá no es tan profundo.
Quizá es un gigante que vive solo en mi mente…
Aunque así sea, puedo aceptar que me preocupa. Me preocupa darle demasiada importancia a lo que otros piensan; me preocupa invertir el tiempo en actividades que al final del día no me aportan, sino que me restan. Siento que las redes sociales han jugado un rol importante, si no es que protagónico, en los cambios que como sociedad hemos vivido.
Y quiero hacer algo al respecto.
Últimamente he estado tratando de tomarlo más ligero, que a veces puede resultar difícil en los malabares del día a día, o cuando nuestro trabajo depende o se apoya de los medios digitales, como es el caso de un gran porcentaje de nosotros y nosotras. Pero he hecho el intento de recordar cómo eran las cosas antes; cómo crecimos, qué hacíamos para conectar, y por qué muchos nos creamos perfiles sociales en primer lugar.
El punto era precisamente ese: conectar.
Mantener un contacto con familiares en el extranjero; compartir las grandes y pequeñas victorias de nuestras vidas; sentir al unísono con aquellos a quienes estimamos y amamos.
Y aunque siempre les daré crédito por su función como herramientas y por abrir un universo de oportunidades profesionales, sociales y de crecimiento personal, muchas veces pienso que tal vez nos salió el tiro por la culata, porque vivimos eternamente conectados y con más desconexión que nunca. Porque tendemos a criticar, juzgar, comparar y valorar a los demás basándonos en fotos o en 15 segundos de un video. Me incluyo.
Estoy convencida de que, si lo permitimos, todas estas herramientas y privilegios de los que gozamos hoy pueden convertirse en grandes retos… gigantes, quizá. Gigantes que nos dificultan el camino hacia una vida más simple e intencional y menos apresurada.
Para dejar de ser usuarios y consumidores, para dejar de poner más valor en las pantallas que en los rostros, tenemos que usar la empatía, aprender a escuchar, conectar con nuestros valores y tener bien claras nuestras prioridades y nuestros límites.
Preguntas prácticas que me han ayudado
¿Cómo quiero sentirme a lo largo del día?
Enumerar cinco actividades que nunca me arrepiento de hacer. Por ejemplo, cuando dedico tiempo a leer mi biblia o hacer ejercicio o conversar con un ser querido, nunca jamás me arrepiento. Lo considero tiempo bien invertido, y me siento energizada después de esas actividades.
¿Cómo puedo escuchar de manera más intencional?
¿Cuál es mi relación con las redes sociales? ¿Qué tanto tiempo paso scrolling?
¿Quiero que eso cambie? ¿Representa este hábito o comportamiento un problema para mí?
¿Qué actividades “análogas” u offline disfruto?
¿Hay algo nuevo que me gustaría aprender o una habilidad que quiero perfeccionar?
¿Cómo puedo distribuir mejor mi tiempo, en función de mis prioridades, valores y estilo de vida?
Haz un cuadro y divídelo en cuatro partes iguales. Cada una representa tu bienestar físico, emocional, mental y espiritual. Asigna una actividad o acción que haces que “llena tu vaso” en cada una de esas categorías.
¿Cómo puedo conectar mejor con mis seres queridos? Si conoces tus lenguajes del amor, esa herramienta puede ser beneficiosa.
“La naturaleza no se apresura, sin embargo, todo se logra”
– Lao Tzu
Algunas acciones para combatir la prisa y la desconexión
Repasa cómo escuchar activamente. Algunos pasos prácticos son: 1) no interrumpir, 2) limitar distracciones, 3) hacer preguntas, 4) confirmar o validar.
Considera colocar tiempos límites en tus aplicaciones.
Considera hacer un decluttering o limpieza digital. Fotos, aplicaciones, contactos o seguidores en redes sociales. Reducir el desorden en tu espacio digital puede ayudarte a usar mejor el tiempo que pasas en tus dispositivos y fuera de ellos.
Haz que la experiencia sea positiva. Lo que no te da gozo (o sirve algún propósito) para afuera. Si, al estilo Marie Kondo.
Se intencional con lo que compartes. Divertirte, conectar, implementar la curiosidad e iniciar conversaciones, son algunas de las mejores prácticas y usos que podemos darles a los medios digitales.
Dedica tiempo de calidad a actividades que te llenan emocional, mental, física y espiritualmente. Si tu objetivo es menos tiempo en línea, procurar que estas actividades sean libres de pantallas.
Haz uso de tu tiempo y energía con cautela. Pero claro, haz lo que entiendas y lo que prefieras.
Medita en la naturaleza.
Quizá todo este pleito es como la historia de la gallina y el huevo. Al final del día, la cuestión es si estos hábitos o acciones que muchas veces empleamos en piloto automático representan un obstáculo y se interponen entre quien quiero ser (o lo que quiero lograr) y cómo estoy invirtiendo mi tiempo en función de ese objetivo. No está de más analizar si nos impide, por ejemplo, ser auténticas, o conectar profundamente y desde la empatía con las personas que más nos importan. Cuando este tipo de hábitos se vuelven la regla, lo normal, una costumbre, creo que ahí es donde yace el verdadero peligro.
Es probable que nada de esto represente un reto, o un gigante, para ti. En ocasiones ver las cosas desde una perspectiva más simple, y menos seria, es todo el antídoto que necesitamos, y esto aplica para distintas situaciones o retos.
Pero si de algo estoy segura, es que quiero ser y vivir libre. Para progresar y florecer, para amar, para trabajar por lo que anhelo. Hay mucho que ver, sentir, amar, crear. Pero también hay tiempo, ese recurso infinito y agotable a la vez, tan valioso y codiciado. Está en nuestras manos lo que haremos con él. Un día a la vez, haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos; poniendo los límites de lugar, pero dándonos el permiso de tomarlo más a la ligera, y ser intencional.
Respiro profundo y observo.
Creo que hoy tengo la victoria.
No porque marqué con un cotejo todos los pendientes en mi lista. No porque hice inmensurables ventas. No porque reuní 15 likes en mi última publicación. Sino porque di mi máximo esfuerzo para trabajar con excelencia; porque presté atención; porque hice algo que disfruto y me atreví a compartirlo. Porque puse la conexión, la autenticidad, la creatividad y el amor, sobre el ego, la prisa, el miedo y el juicio.
“Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten. Así que no se preocupen por el mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. Los problemas del día de hoy son suficientes por hoy”.
Mateo 36: 33-34
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